sábado, 5 de diciembre de 2009

¿Quién no odia a Sartre?

                          



Sarte dijo de Céline:

«Tal vez Céline sea el único que permanezca de todos nosotros»



En la Francia ocupada del 1948, Céline recibe en su casa de campo la molesta visita del hipócrita Sartre, feo todo él como un malvavisco y tonto como un escarpín de doncel. El especulativo Sartre ruega a Céline que utilice su influencia en el Partido Nacionalsocialista para interceder por él a fin de que le permitan publicar su obra. Céline responde con fastidio a esta prerrogativa; en realidad, no tiene ningún ascendente sobre el partido y, en todo caso, sólo puede compartir con el Fuhrer el antisemitismo. A fin de cuentas le envía a pedir favores a otra parte, es decir, a la mierda.

Una vez liberada Francia, Céline cae en la desgracia del ostracismo y la repulsa; Sartre aprovecha la estigmatización a la que ha sido sometido el malogrado Ferdinang para vociferar desde su conocido periódico "Les temps modernes" que: “Si Céline pudo sostener las tesis socialistas de los nazis es porque le pagaron” ("Retrato de un antisemita" 1945).


Céline reponde:


"No leo mucho, no tengo tiempo. ¡Demasiados años perdidos en tantas tonterías y en prisión! Pero me presionan, me ruegan, me molestan. Es imperioso que lea, parece, una suerte de artículo, el Retrato de un antisemita, de Jean-Baptiste Sartre (Les Temps Modernes, diciembre 1945). Recorro esa larga tarea, le echo un vistazo, no es ni bueno ni malo, es nada, pastiche… “A-la-manera-de”… Ese enano de J.-B. S. leyó l’Etourdi, l’Amateur de Tulipes, etc. Quedó prendado, evidentemente, no sale más… ¡Siempre en la escuela este J.-B. S.! siempre con los pastiches, “A-la-manera-de”… También a la manera de Céline… y de muchos otros… “Putas”, etc. “Cabezas de recambio”… “Maïa”… Nada grave, por cierto. Arrastro en el culo una buena cantidad de esos “A-la-manera-de”… ¿Qué puedo hacer? Sofocantes, rencorosos, cagones, traidores, semisanguijuelas, semitenias, no me hacen ningún honor, no hablo nunca de ellos, eso es todo. Progenie de la sombra. ¡Decencia! ¡Oh! No le deseo ningún mal al enano J.-B. S. ¡Su destino ya es bastante cruel! Ya que se trata de una tarea, yo le habría dado con gusto siete de veinte y no se habría hablado más del asunto… ¡Pero en la página 462 el soretito me desconcierta! ¡Ah! ¡El maldito culón podrido! ¿Qué osa escribir?"
 (...)
"J.-B. S habla evidentemente de sí mismo cuando escribe en la página 451: “Este hombre teme cualquier tipo de soledad, tanto la del genio como la del asesino”. Comprendamos qué quiere decir… Basándose en la fe de los semanarios J.-B. S no se ve sino como un genio. Por mi lado, y basándome en sus propios textos, me siento forzado a ver a J.-B. S como un asesino, e incluso mejor, como un maldito alcahuete, un repugnante, asqueroso, inmundo soplón, un cana con anteojos. ¡Ya me empiezo a embalar! No corresponde a mi edad, ni al estado en el que me encuentro… Iba a concluir ahí… asqueado, listo… Reflexiono… ¿Asesino y genial? Hay casos… Después de todo… ¿Será quizá el caso de Sartre? Asesino lo es, quisiera serlo, entendámonos, ¿pero genial? ¿La caquita que está en mi culo es genial? ¿Hum?… Vamos a ver… sí, cierto, eso puede hacer eclosión… dispararse… ¿pero J.-B. S? ¿Esos ojos de feto? ¿Esos hombros mezquinos? ¿Esa busardita? Tenia, seguro, tenia humana, ubicada donde ya saben… ¡y filósofo!…"


¿Quién no odia a Sartre? Al que no sienta, cuando ve su foto, la emoción humana y básica de la aversión, le concedo cinco minutos de mi propio tiempo para insultarle desde aquí. Acercaos cabrones.

Sartre, eres una tricotosa alepantada, un andova comeculos, un garabato mal hecho, un dibujo inanimado, una rana sin ancas que aprovechar. Ni en Filosofía se te tiene en cuenta. Eres el mayor cero a la izquierda (y a la izquierda estabas) que nos ha dado la humanidad. Eres el Señor de Bovuoir, eres la falda que le destapó la rodilla, eres un ser que ni siquiera es. Muérete todas las veces que puedas....ya que siempre has estado en lo del morir.


 

martes, 1 de diciembre de 2009

Relato antierótico






Todos odiamos a Habermas



El laberinto de espejos del parque de atracciones de Montjuic siempre decepciona: pocos espejos, mal colocados y llenos de huellas dactilares. Así, uno no consigue experimentar las sensaciones picnólecticas tan anunciadas en esta atracción crepuscular...Pero, ¡ joder! con todo esto, aquel enano furtivo se las arregló para multiplicar su imagen por millares y, incapaz de discernir de que retrato especular me llovían todas aquella somanta de hostias, no pude defenderme de su ataque.

Conocí a aquel enano microcefálico mucho antes. Formaba parte de una comparsa bizarra que había reclutado en una de mis excursiones por el fantasmagórico barrio del Raval. A saber: un percherón circense, un fakir llamado 'el estómago', el ya conocido enano microcefálico con elefantiasis genital y un panel de abejas. Cuando Ella abrió la puerta y me vio en compañía de tan singular séquito comprendió al instante que sus ruegos secretos por introducir novedades en sus relaciones íntimas habían sido escuchadas.

Todo había sido culpa del café. Al principio me incomodaba que me acompañase a tomar el café. Sentía que mi media hora sagrada de descanso era perturbada por sus conversaciones insulsas y los continuos reproches al proceder de su novio...Pero, ¡ah, amigo!.. .cuando le dio por tomarme como confidente de sus intimidades de alcoba la cosa cambió. Sus confesiones trasladaban mi mente a jodiendas bruñidas y follamenes lácteos.
Un día me dijo:
¿Y a ti? ¿Cómo te gusta que te chupen la polla?
Aquella pregunta lo precipitó todo; quiero decir que me corrí sobre el café, después cortado. No fue lo inesperado de la pregunta en sí lo que justificó mi deseo de subirme de un brinco sobre la mesa y de masturbarme públicamente como un maniaco hasta derramarme en su boca, fue lo de usar los términos chupar y polla juntos en una misma frase. Lo espontáneo de aquel vocabulario soez en ella, de ordinario cándida en su timidez, fue lo que hizo crujir mis vísceras meníngeas. El uso de aquellos vocablos fue una evidente provocación a partir de la cual mi café diario se convirtió en mi quimera y mi cruz.
Mi deseo hacia ella fue creciendo y creciendo. No pudiendo dar satisfacción natural a mi deseo en su momento propicio, esto es justo cuando surge, la naturaleza de éste fue envileciéndose. Mi anhelo inicial de tenerla desnuda ante mi, de contemplar y admirar su cuerpo, de lamer sus aureolas y chupar sus pezones -quien sabe si también succionarlos y morderlos cual infante destetado-, de besar su sexo húmedo y de hincar mi tornillete fálico en su sacrosanta caverna venusiana....fue tornándose en sórdidas inmundicias de las que mi mente no pudo escapar. El anhelo contenido se volvió lúbrica codicia.

Ya no me bastaba con verla desnuda, tantas veces la había desnudado mi imaginación que ya no se deleitaba en su culo si no estaba decorado por un tulipán convenientemente introducido en el ojo del mismo. Igualmente, la imagen de mi polla durísima, enhiesta como el torreón de un navío, entrando y saliendo frenéticamente de su coño, abierto como los pétalos de los rosales y chorreando por el pleamar de su deseo, no era suficiente; era necesario mas flujo y más polla. Necesitaba que un enjambre de avispas aguijonearan mi pene e hicieran de picha cipote. Necesitaba que la lengua rápida de un percheron abriera la ostra y me entregase la perla, que el enano, el percheron y el faquir acordaran el advenimiento de sus orgasmos para sumar semén a mi semén y desbordar así su esófago de líquido y su corazón de pesar.

Todo sucedió según lo previsto, exceptuando los arrebatados e inesperados gemidos de Ella, que se contorneaba como una anguila mientras la troupe le metía de todo, menos miedo. Sucede que en el fragor de la guerra todo agujero es trinchera, y se me ocurrió que tomar al enano por detrás no estaba de más. Poco podía imaginarme las dignisimas promesas que el enano había hecho a su moribunda madre de mantener la pureza de su orto. Tuve que salir corriendo de aquella casa y esconderme en un laberínto de espejos para evitar las vengativas embestidas de su monstruoso cimbrel elefantiásico, no sin antes deleitarme por última vez con la visión de Ella tumbada boca abajo, desnuda, fatigada y quejicosa, frágil, entregada a mi, con un ramillete de tulipanes en el bul y una sonata de estertores y contracciones coñajidas. Quizá fueran imaginaciones pero me pareció oirla arrancarse por Leonard Cohen y despedirse entonando aquel:
you won me, you won me, my lord.