viernes, 17 de septiembre de 2010

Primicias

Hoy, zozobrado por la aflicción y la congoja que me ha provocado la noticia de que en determinadas facultades de Filosofía los dóminos y dóminas institutores de las preclaras asignaturas Filosofía del lenguaje y Teoría del Conocimiento ni domeñan la lengua ni demuestran posesión de conocimiento alguno, he sido acariciado por la remembranza de aquellos distinguidos profesores de antaño que sí eran sabedores de la responsabilidad que comportaba el ejercicio de su oficio: la transmisión del conocimiento y la labranza de las vetustas mentes de aquellos diletantes jóvenes de refulgente disposición que fuimos cuantos hicimos el ya fenecido el BUP y COU.

Un profesor de, pongamos por caso, Geología hubiese preferido arder en la pira inquisitorial de los peda-gogós próceres de la reforma antes que comulgar con oligofrénicas teorías sobre la economía del lenguaje y admitir la existencia de "las piedras". Y es que todos sabemos que el vocablo piedra es desdeñable por impreciso, y sustituible siempre por voces más refinadas y sutiles como: canto, china, guijo, guijarro, aerolito, cascajo, grava, quijo, casquijo, chusco o pedrusco. No es lo mismo que una cosa te alcance la cabeza a que te la alcance otra, como tampoco es lo mismo ser instituido como primera piedra de una iglesia a serlo como primer chusco, o como primer canto rodado (esto último  hubiese cambiado la historia de occidente).  De la misma manera, no es lo mismo subir montañas -cosa propia de analfabetos y pazguatos rozagantes- que remontar colinas, escalar collados, encaramar lomas, trepar oteros, coronar altozanos, encumbrar montículos, elevar cerros, pujar alcores o encarar prominencias -ocupaciones mucho más preciadas y propias de Bachilleres y de sonoridad bastante más épica.

Alguien podría pensar, equívocamente, que esta instrucción en la pertinencia del uso exacto del lenguaje de que disfrutamos los del 77 es el motivo por el cual ninguno de nosotros se extrañó, en aquella clase de Física nuclear, de que el profesor permaneciese callado durante 20 minutos delante de su audiencia mientras buscaba infatigablemente el adjetivo exacto, la invocación certera, la palabra mélica que conjurase y describiese perfecta y unívocamente a aquellas misteriosas partículas fundamentales conocidas por quarks.  La verdadera razón por la que nadie rió en mi clase cuando después de minutos de carraspeos, fruncimientos de entrecejos, paseos nerviosos y expectoraciones el profesor alzó el dedo en admonición eurekastica y afirmó: ""ya lo tengo!! los quarks son ….PEQUEÑOS" es que esta historia nunca sucedió en mi clase, sino en la clase de mi otrora jefe. La Delicias se encargó de recordármelo el otro día, rapsoda toda ella, afirmando que ni el ajo se repetía con tanta frecuencia y variación como mis dislates, y es que mi desmemoria episodial me había llevado a contarle la misma anécdota por enésima vez con idéntica narración, pero con personajes cambiantes. Y la pregunta que elevo ahora mismo desde este blog innecesario es la siguiente: ¿Acaso tiene alguna importancia quien protagoniza una historia cuando la historia es en si misma reveladora y edificante más allá de su dramatis personae? ¿Alguien puede afirmar que he mentido al apropiarme una vivencia de mi jefe sin asegurarse previamente de que mi jefe no es también otro traicionero usurpador?

Humildemente creo que todo el mundo tiene un primo que tiene un vecino cuyo cuñado conoce a un señor Pérez al que le pasó un día alguna cosa. Cuando la noticia de lo que le ha pasado al señor protagonista de esta aciaga entrada se transmite de boca en boca, advertimos con desvelo que si bien, en el mejor de los casos, el suceso narrativo en cuestión se ha conservado inmaculado, el numero de actuantes pasivos sin ninguna relevancia en la historia que aparecen en el preámbulo se ha multiplicado inconmensurablemente. El antaño señor Pérez, protagonista de una historia, ha pasado a ser un señor oscuro y desdibujado, conocido como "el vecino del cuñado del abuelo al que cuidó la hermana de la novia de un amigo del camarero de aquel bar al que suele ir el hermano de ese tío que es medio tolaino" al que nadie, y digo nadie, conoce. Es decir, ha perdido cualquier posibilidad de identidad. ¿Porqué no inventarse pues la existencia de un primo, llamado Mi Primo, que protagonice todas las historias y cuya identidad no mude en la cadena de transmisión del mensaje? Al señor Pérez le importará tan poco el hurto de Mi Primo como el hurto de ese otro cenaoscuras que es primo del abuelo del camarero….etc con quien no debe sentirse en nada identificado.Y al fin y al cabo a cualquiera de mis primos, o a cualquiera de las tuyos, les importa un bendito carajo lo que vayamos por ahí contando de ellos. En mi particular caso el trato que tengo con mis primos es tan escaso como el que tengo con el señor Pérez…y pienso en este momento privilegiado que me contempla que precisamente todo esto debe explicar la etimología de la palabra primicia: cosas que le han sucedido a Mi Primo.