lunes, 8 de noviembre de 2010

Sacher-Masoch

 Cuánto más le enardecían el culamen más fetén veía el vivir.


Quizá haya sido Gilles Deleuze quien mejor ha sabido realizar una lectura coherente sobre la totalidad de la obra de Leopold von Sacher-Masoch e ilustrar las sutiles implicaciones psicológicas y filosóficas de su proscrita fantasía, desarmando esa monstruosidad terminológica que constituye la demarcación sado-masoquista. Y aunque ciertamente la unión inoperante de estos dos términos antagónicos no hace justicia a ninguna de las dos propuestas literarias, con demasiada premura la dialéctica Freudiana y su figuración de una gran unidad de los principios contrarios ha entendido que basta transfigurar los signos y voltear las pulsiones para obtener Masoch a partir de Sade. Freud, sádico por la pusilanimidad de su inmadurez genital, habría bruñido en las caras de la misma moneda las dos perversiones, intituyendo el sadismo como la fundamental emanación perversa motora (por ser esta de la que él mismo participaba) y relegando el masoquismo a una posición subsidaria en su dialéctica pisoanalítica. Esta trasnochada dialéctica de entidades contrarias resultó muy perjudicial para Masoch, que fue abocado a la simple complementariedad y al injusto olvido que no sufrió jamás Sade.



Un sádico huye con un tresillo

Los sabios de la Edad Media distinguían, con profundidad, dos clases de diabolismo, o dos perversiones fundamentales: una por posesión y la otra por pacto de alianza. Así, el sádico piensa en términos de posesión instituida, y el masoquista, en téminos de alianza contraída. Dado que posesión es la locura propia del sadismo y el pacto, la del masoquismo, no sorprende hayar en Sade una plétora de discursos demostrativos, de comunicaciones, instancias, amonestaciones, advertencias y apercibimientos con estructura institucional, mientras que en Masoch son frecuentes contratos de esclavitud, pactos, conveniencias, connivencias y otras sutilezas contractuales. En fin, la violencia de la demostración irrefutable frente a la conveniencia de la sugerencia especulativa. Pero dejémonos de plañideras tretas filosofástricas y abordemos el asunto mediante herramientas más poderosas y sinceras que encuentran en el sacro chascarrillo, la profana chirigota y la freaky chilindrina las tres puntas del azaroso tridente que constituye este innecesario blog:


 ¡Amez moi!!!

Leopold von Sacher-Masoch tiene una relación privilegiada con la historiología del rock and Roll, y no sólo porque su obra maestra tocayice con ese temazo de la Velvet intitulado Venus in furs,  sino también por ser antepasado directo por vía materna de aquella mitad femme fatale mitad chearleeader de enfants que fuera Marianne Faithfull, musa de rostro agraciado inspiradora de toda canción setentera que incluya el nombre Mary. Masoch, en cambio, posee ese particular fenotipo de pirámide invertida, en el que una abultada frente domina sobre el resto de rasgos faciales, menguantes en gradiente hasta una ya casi irrealizable mandíbula, que es metáfora de la menguada voracidad vital tan frecuente en ese extraño género de prosistas de inflamado cerebro y pávido ánimo. Poca voracidad había de tener por fuerza quien tanto gozara en vida siendo, antes que depredador, presa despellejada por el látigo y el tacón de Venus cazadoras envueltas siempre en vestidos de pieles. Más de una vez se le oiría gemir pedigueñando como hizo en su postrero lamento aquello de "amez moi".

Masoch, constituye una especie única que discurre en paralelo con los santos próceres del martirio y la cruz. Busca el castigo que santifique el impulso del deseo contravenido por la purga de la deposición, en una recreación de lo divino. Ante la imposibilidad de hallar algo que supere su naturaleza moral, su ensoñación ideal le lleva a rebajarse ad infinitud para hallar el placer en la distancia a su particular etoile. No pudiendo encontrar algo en lo alto, se hunde para recuperar al menos esa perspectiva sacra pretendida por todos cuantos alzamos la vista al beber del porrón, comer calçots o apreciar castillos humanos. La diferencia estriba en que la recuperación de la perspectiva sacra en Masoch se fundamente en la cuadrúpeda genuflexión y en el lamer botas ajenas, santa rúbrica de autor esta que en nada desmiente la interpretación sobre la motivación última de sus procederes. A la edad de diez años, Masoch ya tenía un ideal. El mozo languidecía por una parienta alejada de su padre —llamémosla la condesa Zenobie­– que le enrojecía el culamen renovadamente fusta mediante. Cuanto más le enardecía las nalgas más atractiva encontraba a su tía,  que llegó a  parecerle la más bella y al mismo tiempo la más galante de todas las mujeres del condado. Con una infancia así se entiende casi todo. Pero no por entenderlo dejan de sorprender ciertas cosas:





Wanda Sacher–Masoch explica la sorpresa que sintió al notar la nula afición de su marido por una amiga sádica; a la inversa de lo creído por neófitos, por lo visto el sumiso no ambiciona ser poseído por una naturaleza sádica. Lo que ambiciona realmente es formar una naturaleza, educarla y persuadirla con arreglo a su proyecto más secreto, un proyecto que fracasaría por completo ante una naturaleza cruel: la elevación de un ideal a deidad. ¿Y que pasa con el dominador? Es la victima de este tinglado, puesto que es obligado al ejercicio de su papel en un dominio total de su minusvalorada personalidad que se ve dedicada integramente extasis del otro. Es en ese momento cuando las mujeres dóminas de Masoch quieren huir conscientes de la peligrosidad de su situación, y es justo entonces cuando descubren con terror que el contrato que firmaron en el que Masoch se ofrece como esclavo es en realidad un contrato que las obligada judicialmente a ejercer de amas. Percibe la dómina entonces con claridad que se les ha arrebatado la voz, que la expresión del deseo del otro ha dominado más que la manifestación de la violencia propia, que el martillo que creyeron ser se ha convertido en yunque, que la cazadora ha sido cazada; y resuenan lás más enigmaticas palabras de Saccher cuando refería a que ninguna de sus mujeres-diosas fueron lo suficientemente fuertes como para emprender el proyecto secreto.