lunes, 4 de abril de 2011

La exégesis de los signos

Rumiando sobre el arte contemporáneo, me da por maldecir el brumoso momento de la mentira histórica universal en el que el arte desatendió su originaria artesanía figurativa para transfigurar en ese entresijo de interpretaciones exegéticas sobre la propia obra que constituye el actual arte contemporáneo. 
 
Pienso en esto para mis adentros mientras rememoro el Pálido fuego de Nabokov, esa acertada composición institutora del género artistico-policiaco, en la que el profesor Charles Kinbote, pretendiendo reseñar el largo poema de John Shade mediante un análisis sesudo organizado en un voluminosísimo corpus de notas y un índice comentado con prolijos y entrometidos comentarios, acaba trazando un hilarante y excéntrico autorretrato que desnuda su realidad psíquica más sórdida y desvela la dimensión de su enajenada peligrosidad pública. Si la paranoia es el trasegado estado mental en el que los pensamientos y los miedos propios son atribuidos a elementos externos del individuo (Freud dixit), el profesor Charles Kinbote y la bizarra comparsa de los actuales filósofos postmodernos de cátedra y postín habrían de hallar postrera morada en el psiquiátrico, o justo escarnio en el cadalso.



Y es que la desavenencia entre exégesis y eiségesis estriba en la existencia o no de un método certero de análisis de los signos. El exegeta posee un método, una hermenéutica articulada y precisa para interpretar la realidad, mientras que el eisegeta tan solo se vale de su disposición, su apetencia y su desatado lenguaretismo (en cualquier caso, tanto el uno como el otro transigen al vicio de interpretar el mundo sin interpelarlo). Yo por mi parte, doy por zanjado el análisis exegético de los signos artísticos y mundanos y, al amparo de la hermenéutica del análisis esquizo-paranoico-crítico de La Delicias, suscribo la celebérrima ocurrencia de esta Trimegista pucelana que afirma que "el arte es una cocina", proferencia esta que además de interpretar, interpela.

La hermenéutica exegética interpreta-interpelativa de la pucelana se inscribe dentro de una tradición de brujería oracular que tuvo la destacada militancia de lidia de Cadaqués, la última bruja del Ampurdán, musa daliniana y creadora del método-paranoico-crítico. Se trata de un método espontáneo de conocimiento irracional basado en la objetivación sistemática de las asociaciones e interpretaciones fenomenológicas más delirantes, con la intención de hacer tangiblemente creadoras las ideas más obsesivamente peligrosas. Este método implica abstenerse de ejercer critica racional sobre una primera premisa falaz, de acuerdo con la cual el desarrollo posterior de toda escenificación mental resulte congruente dentro de una lógica delirante de suspensión del juicio.

Niego que este método solo sea una locura encubierta de diletancia y pedantería, y en caso de serlo, estoy en disposición de convenir con Lorca que, en todo caso, no se trata de una locura quijotesca.  La locura del Quijote es una locura seca, visionaria, de altiplanície, una locura abstracta. La locura de Lidia es una locura húmeda, suave, llena de gaviotas y langostas, una locura plástica. Don Quijote camina por los aires y Lidia por las orillas del Mediterráneo. Para Alonso Quijano los libros de cavallería son fieles narraciones de justas reales, para Lidia de Cadaqués las tribulaciones reales son solo glosas periodísticas d'Eugeni d'Ors. Para ambos la vida es la exégesis de la propia vida. Alonso Quijano es el cavallero de la triste figura y Lidia de Cadaqués es Teresa la Ben Plantada.


El Quijote es una exégesis propiamente castellana, mientras que Lidia es una visión arquetípica del Empordà. No en vano el Alt Empordà es considerado el "corazón mágico de Catalunya", y la definición no es excesiva atendiendo a un paisaje en el que el viento enloquecedor (capacidad atribuida, no sin razón, al Mistral y a la Tramontana) y la luz, vehículo de toda iluminación, constituyen los dos elementos bajo cuyos dictados transcurre desde milenios la vida en este rincón del mundo. Dalí tenía al Empordà -y con razón- como un paraíso matriarcal: con los pescadores en alta mar, solo quedaban en tierra sus mujeres, desmotivadas y temerosas de noticias terribles; ellas conducían el hogar y administraban el patrimonio familiar. Los cultos clásicos que arraigaron con más vigor fueron femeninos y afrodíticos, apoyados en las creencias del substrato racial originario. Cerca de Port Vendrés -en otro tiempo el Port Veneris, el “puerto de Venus”- existió un santuario a la Venus Pirenaica. En San Pedro de Roda, cenobio situado no lejos de allí, todavía pueden verse las columnas corintias de lo que presumiblemente fuera un templo clásico en honor de Venus Afrodita…

A parte de los condicionamientos climáticos y paisajísticos, existían  otras razones para que Lidia gozara de la hermenéutica desde su juventud. Su madre murió en el curso de un incendio que su marido, "el Lidio", fue acusado de provocar. Nada se logró demostrar y al cabo de unos días de calabozo fue puesto en libertad, pero el hombre jamás recuperaría el juicio, "se quedó idiotizado -cuenta Pla- y después de tres días se ahorcó en el sótano de la casa". Lidia había recibido instrucción de su madre para acceder a los secretos de la brujería rural y no tardó en correr el rumor en el pequeño pueblo marinero que ella, mediante un conjuro, había sido la responsable del incendio de la casa y del suicidio de su padre. Estas sospechas se basaban en que lidia había descuidado el cuidado de sus hijos despreciado  los lazos familiares por pactos más secretos y sensuales con la justificación de que "La mel és més dolça que la sang".  Justificación justipreciada que me recuerda a otra, otrora enunciado con un " Si  eu traballo, cánsome. Si cánsome paso frio e si paso frío resfríome. Logo es mellor pasar fame oh"




Dedicaremos una entrada minuciosa sobre Lidia de Cadaqués en una siguiente entrada